miércoles, 13 de mayo de 2009

El Monzón

A un costado del pueblo existe una casa que aún no ha sido derribada por los desbordes del río. El Monzón se mantiene terco en las faldas del acantilado, vigilando que las gallinas no dejen de alimentarse en sus rancherías y que los pobladores recuerden que aún hay una posada en estas tierras altas.

Al observar la casona, exactamente a través de la segunda ventana del primer piso, bajo el balcón, encontramos a Alicia sentada sobre un banquillo leyendo una historieta; al enfocar mejor descubrimos que el título es Sissi Emperatriz y que está a punto de doblar la tercera página, cuarteada y amarilla, para atender al forastero que le ha sacado un inusual rubor al color pálido de sus mejillas.

Alicia lo atiende esquivando sus ojos, sin dejar de sonreír. Le recuerda a Francisco José, el flamante emperador que busca a Sissi durante una tormenta en los bosques del castillo de Bad Ischl. Esa noche de relámpagos, sobre sus brazos, Sissi se enamoraría perdidamente de él, de su divertida nobleza y apariencia de héroe, pero sobre todo por haberla rescatado de un insoportable aburrimiento. La escena terminaría, mas adelante, sacralizada en una de las paredes de quincha de la habitación de Alicia.

El forastero sostiene una credencial en la mano derecha, debe ser de la mina piensa ella. Alicia se inclina sobre el mostrador tratando de continuar la lectura, debe ser medio extranjera calcula él.

El sonido de las tablas de machimbrado resuenan como altabones, el casco de la posada se sostiene como el armazón de un buque viejo, encorchado en un suelo que no termina de dar confianza. Sube a la segunda cubierta y acomoda su mochila en el cuarto de la esquina, sobre el comedor. Se acuesta en el catre y cierra los ojos pensando que mañana tendrá que salir temprano para llegar al socavón y revisar los túneles 2 y 5 que han estado causando problemas.

También piensa que la recepcionista debe ser menor de edad y que ese tipo inocente de belleza le ha llamado siempre la atención.

- que te ahogues en las gárgaras de la menstruación de tu madre !

oye el grito como si estuviera al costado de un parlante, abre y mueve los ojos haciendo una elíptica.

Se oyen risas y deduce que abajo deben estar conversando.


***


- Ingeniero - le dice el hombre robusto y sin afeitar, - cómo lo está recibiendo el Monzón ?

- Muy bien, - le responde - tiene usted una posada encantadora

- Es el buen gusto de mi mujer, a ella se lo debemos

Y dirige la mirada en línea recta hasta un retrato sostenido por el travesaño de la chimenea.

- Ella murió pero la casa no se cae, como bien puede ver.

Asiente con la cabeza y ve al dueño retirarse. Se queda un instante en silencio.

Atrás, en la recepción, superando el espacio del vestíbulo, sorprende a la chica ensimismada con los ojos puestos en él.


***


El camino enquistado hace brincar a la Hi Lux como una cama saltarina. Ha estado internado en sus pensamientos los tres días en la mina, ha aprendido tanto de las clases de metafísica de los miércoles que siente que su energía se ha armonizado admirablemente, que posee el escudo electromagnético ideal para terminar de una vez la relación con Lali. También piensa en el joint venture que está a punto de firmar y que hará saltar la valla del negocio a un nivel prometedor.

El Monzón está a escasos kilómetros y le queda una noche más en esta ceja de selva que aborrece, que acusa de xenófoba. Los bichos, teoriza, inoculan su veneno con el único propósito de expulsar a los forasteros. Para que se vayan rápido y perforados. Para que la sigan olvidando.


***


En el comedor estira las piernas y afloja los botines. Su metro ochenta, su piel blanca y la forma de vestir y de hablar lo hacen destacar en ese escenario. Cuántas veces lo han tildado de “pituco”, de “blanquito de mierda”, “llamashina blanca kunkasapa” le han dicho. Pero él siempre ha respondido con sensatez, soltando el desdén para adentro. El mundo no le resulta indiferente, pero tampoco se ha esforzado por entenderlo. No lo necesita.

Lali se lo dice siempre, “no sé como chambeas en eso si eres un racista”, pero el cree que ella es incapaz de ver más allá. No se da cuenta de que es por culpa de su madre, de su familia, a él ni le va ni le viene. Ahora con su nuevo hobby espiritual hasta se siente “cholo” también.

Alrededor hay algunas personas de la mina, reconoce a los de asuntos comunitarios, especialmente a un sociólogo con el que alguna vez tuvo una discusión.

- No se puede seguir operando a espaldas de la comunidad, ni imponiéndose, la sostenibilidad de la extraccion depende de no interferir con el entorno pero también de respetar su punto de vista.

Lo saluda apenas con un gesto cortés. Aquella vez se mordió la lengua, ahora lo comprende mejor.

Cierra la portátil y observa a la recepcionista atendiendo algunas mesas.

La ve sonriente, coqueta, entre distraída y pícara. Sacándole muecas a la gente.

No es tan alta, calcula 1.65, flaca, huesuda, bonita. Si se va de secretaria a Lima la hace linda, tal vez hasta pesque algún ejecutivo; en un par de años será la mas cotizada de la región, piensa.

Y como si le hubiera leído la mente, voltea, frunce el ceño y sacudiéndose el mandil, camina hacia él

Da un salto y apoya los antebrazos sobre la mesa

- Cómo te llamas, - le coquetea

Le hace gracia y responde rápidamente

- Gonzalo, ¿ y tú ?

- Alicia, y tú ?, - se ríe, - ¿ y tú y tú y tú ? - Imita una cumbia y alza la mirada
- También trabajas en la mina ?

- Sí, soy ingeniero de proyectos, armo estructuras

- Yo también hago proyectos, ¿ hasta cuándo te quedas ?

- Mañana me voy

- a ya

Le da la espalda y se va. Ella piensa que hace tiempo no ve a nadie tan atractivo. Recoge los platos de una de las mesas y lo acompaña con la mirada hasta ocultarse detrás del vaivén de la cocina.

Regresa al poco rato, pasa al lado de él, se agacha y rozándole el perfil con el pelo le dice al oído

- Cuando se duerma mi tío subo. Deja tu puerta abierta

El ingeniero se atraganta. La lujuria le ocasiona un breve cuadro de ansiedad. Está loca, piensa. Se deja llevar por la imaginación y unos segundos después desvía sus pensamientos hacia el impecable trabajo en los socavones.


***


Cruza el estrecho pasillo que une el baño comunal con la habitación, empaca sus cosas para no perder tiempo, y en posición horizontal inhala y exhala por la nariz siete veces, pone la lengua contra el paladar y visualiza azul. Luego toma el periódico, apoya la almohada en la pared y se dispone a llenar las pequeñas casillas del geniograma.

A media noche, recogido en las frazadas y a punto de dormir, siente un forcejeo en la puerta, muy sutil y espaciado. Su primera reacción es de sorpresa pero después cae en la cuenta de las palabras de Alicia.

Trata de evaluar las opciones, reconoce que la mas benigna es abrirle, no es su intención hacerla sentir mal y tampoco se quiere arriesgar a que el forcejeo se vuelva escandaloso.

Gira la llave y libera el cerrojo, Alicia entra, lleva puesto un buzo blanco y un polón, tiene el pelo recogido.

- Te dije que dejaras la puerta abierta

Se queda estupefacto. Ella impone su audacia. Lo empuja con el aire que presiona en cada paso que da hacia adelante, en el filo de la cama lo acorrala, lo acaricia cerca de la entrepierna, le pone las manos en la parte baja de la camisa y se la saca de un tirón.

- Espera, espera, qué estás haciendo, - le dice despacito, temeroso de que alguien más escuche

- shhhh, tranquilo, no te voy a hacer nada malo, te va a gustar – le responde encantada, con voz dulce.

Lleva a cabo sus planes con frenesí. Lo besa, lo mordisquea, lo manosea, le quita el pantalón, navega en una nube de excitación, de pasión adolescente. El la encuentra deliciosa en ese estado de salvajismo y belleza natural, de campesina frugal y arrecha.

- ¿ Cuántos años tienes ? , - le susurra

- 18

Y se baja el buzo de nylon, lo deja caer sobre el suelo, después el calzón, se dispone a colocar sus caderas en posición de jinete.

No sabe si creerle.

Puta madre tiene dieciocho años; ¡ Cómo las huevas !

Toma la decisión, está erguido, se encamina a conquistar su piel.

En medio del fragor del silencio sucede algo inesperado. Una milésima de segundo antes de ser atenazado por esas piernas blanquiñosas, un centímetro antes de penetrarla, se activa una luz en su cerebro y se acuerda del contrato.

El maldito y glorioso acuerdo de relaciones comunitarias, con su firma estampada, que le impide específicamente tener sexo con nativos de la zona. Un documento sagrado, irrompible, catastrófico.

Igual le sobrevienen las dudas, se siente tentado, encendido, ¿ pero quien se va a enterar ?,
¡ estás poniendo en riesgo a la empresa !, ¡ es que está más buena que el pan ! ¿ vas a embarrarlo todo por un polvo ?

En eso ve la cara del sociólogo relamiéndose en un discurso moral.

Nicagando.

Busca sus ojos, le sujeta los brazos, la aparta.

Trata de ser convincente

- Alicia escúchame, tengo algo que decirte, espera

- Qué pasa

- No puedo

- Qué te pasa ! acaso no eres hombre

- Si pero no puedo, tengo enamorada

- Ya pero yo no quiero novio, no me importa

- No tengo preservativos Alicia

- Yo me inyecto, no hay problema, en serio

- Es que tengo una enfermedad

- No importa, no entiendes, después me curo

En ese momento se siente crujir el machimbrado de manera creciente, dirigiéndose hacia ellos. Ambos se congelan. Alguien sube las escaleras y camina por el pasillo.

- Silencio debe ser mi tío

Él está aterrado. Le tiembla el abdomen. De ser descubierto en esa situación, incluso si lograse salir vivo, sería lanzado a las fieras y desacreditado para toda la eternidad. Imagina el joint venture, su empresa, su carrera colapsando, convirtiéndose en un chiste cruel que sus amigos repetirán toda la vida.

Los pasos llegan hasta el baño, oyen levantar la tapa y caer los orines en catarata, también oyen algún eructo y un atisbo de flatulencia.

Se sube la bragueta y exclama

- Que te vayas a hacer gárgaras con la menstruación de tu madre, jajaja, qué buena !

La voz se aleja del campo de batalla.

El Ingeniero, que ha entrado en estado de shock, va volviendo a la realidad a medida que el peligro disminuye.

Ella parece salir de un trance. Como si hubiera estado poseída por un deseo irrefrenable

- Lo siento,- le dice - por favor, discúlpame - vuelve a susurrar pero ahora con voz seca, agotada. baja la mirada y se cubre - no sé qué me pasa

Y se sonroja, se arrepiente. Se siente mal de haber invadido el cuarto de ese hombre que no conoce, de haberlo acosado, de haberse expuesto desnuda a un extraño.

El forastero se viste. La ayuda a recoger sus cosas, la abraza, la acompaña. Advierte su olor, la siente humana.

Respira hondo. Sabe que la próxima vez vendrá su socio.

“ Ahora necesitas generar empatía “, le diría él, “ tranquilízala, háganse amigos ”. Le preocupa que salga incómoda de la habitación y cuente una versión que lo comprometa con la empresa, o peor aún, que una acusación bizarra llegue a oídos de los ronderos y lo desmadren a punta de palos y machetes.


***


La impasible quietud del acantilado acompaña a las últimas montañas del Perú. El caserío se conserva intacto en el tiempo, a 80 kilómetros de Río Blanco, lejos de las grandes carreteras y de la polución. Con sus paisajes rebosantes de tara y forrados por debajo de cobre y zinc.

Se oye el coro polifónico de los animales de granja.

En el desayuno observamos a Alicia y Gonzalo sumergidos en sus propios océanos.

Anoche él la trato con ternura, le habló de Lima y de Lali, y le mintió sobre lo maravilloso que sería vivir en Chota. Ella, acurrucada entre sus brazos, le contó historias de Sissi.

Se acercaron.

- En verdad me gustas - le dice haciendo un puchero

- La próxima vez será – le vuelve a mentir

- ¿ Cuándo vas a volver ?

- En un par de meses – y le miente por tercera vez, aunque en esta siente

un extraño dolor en el pecho.


***


Alicia va formando un puño; La camioneta rural deja una estela de polvo, ella presiona el puño hasta contraer las venas, el vehículo desaparecerá detrás de la curva.

Sabe que nunca más lo verá.

Y golpea su aburrimiento en las maderas rancias del Monzón.