domingo, 31 de enero de 2010

El juego de las lágrimas


i
was a listener in the woods,
i was a gazer at the stars,
i was silent in the wilderness,
i was talkative among many...

Cormac mac Airt, Legendary high king of Tara


Hank estaba cayendo en el fondo del pozo.

Sentía en carne viva la soledad del pueblo en el que se encontraba y los ojos se le llenaban de agua de la misma manera que afuera el temporal no menguaba su descarga. En su cabeza pesaba una gran culpa por la repentina separación con C. Recordaba cada detalle minuciosamente y no entendía por qué extrañaba tanto a alguien que en las últimas semanas parecía resultarle indiferente, que con silenciosa actitud demandaba mucha más atención que la que él tenía posibilidad de dar.

- Las cosas estaban claras - Le dijo cuando este la llamó por larga distancia desde el pozo - no tenías que estar pegado a mi pero al menos no tratarme como si fuera una amiga más.

La noche de Año Nuevo fue triste, le había dicho. Él recordaba haberse sentido mal y sin fuerzas para ponerle más ganas. Hizo lo imposible por organizar de la mejor manera ese viaje, recorrió 1.500 kilómetros aún convaleciente de un resfrío que lo postró varios días en la cama. Llegó apurado, con la mente llena de presiones, exigiéndose a sí mismo ser tan buen anfitrión por un lado y por el otro responder a la altura de las exigencias de su nuevo trabajo, a las expectativas de los socios. A su nueva vida. Pero C no entendía de empatías…

- Eres un huevonazo que ya debería subirse los pantalones y aterrizar de una vez por todas - le decía a Hank mientras lo empujaba más abajo en el pozo, él la sentía con rabia al otro lado de la línea, pero estaba tan débil que tenía reducida la capacidad de respuesta. La dejó acribillarlo desde la fortaleza que le daba su nuevo amante. Todo tenía que ver con esa inesperada revelación. El tipo que ella había descartado de su vida meses atrás ahora se había convertido, prácticamente desde la separación, en el colchón de plumas con el que se abrigaba en las frías noches del invierno mediterráneo.

- Sí pues, hace mucho tiempo que no me sentía tan querida, tan comprendida, él está ahí y no me pide nada a cambio, me da mi espacio, es paciente, me engrie, deja que lo tome a mi manera.

Hank solo observaba las distintas formas de entender el amor, estaba claro que para ella esto era solo recibir, que le den el tratamiento de princesa.

- Ya me cansé de los jueguitos y de no saber en dónde estoy parada, quiero alguien que me valore, que me dé mi lugar.

Se lo había recriminado un día en que se sentía vacía y abrumada por esas cosas que uno enfrenta cuando vuelve a ver a su familia después de mucho tiempo, cuando se da cuenta que la ilusión del hogar solo es perfecta cuando se está lejos.

– Pero ahora estoy ocupado, cómo se supone que voy a adivinar que ya no quieres estar en tu casa, además, estás mezclando las cosas, ¿que quieres?, ¿una relación a distancia con un océano en el medio?, tal vez ahora no sea el momento, quizá lo mejor sea hacer un paréntesis y tomar decisiones cuando nuestros caminos se vuelvan a cruzar.

Su verbo la había silenciado aquella vez de la misma manera en que lo había hecho antes con otras mujeres.

- Ya me voy.

Le escribió Hank en la ventanita del Skype después de un rato en silencio, que precedió a tres horas de comunicación, en las que incluso estuvo interrumpida durante unos minutos por la llamada del colchón de plumas y de la que no pudo distinguir si su risa era forzada por la presencia de él en la línea.

No respondió.

Cogió las llaves y salió hacia el diluvio universal, Cruzó el pueblo y tomó la ruta sur, se adentró entre las montañas. La carretera era una serpiente y el auto endiablado se deslizó atravesándole la cola. Era una noche solitaria, la lluvia había espantado a los carros y solo él parecía que estaba desafiando al temporal, sin música, sin alegría, concentrado en sus pensamientos, en su tristeza, con el aleteo de los limpiaparabrisas exigidos al máximo buscando hallar la salida más rápida del hueco en el que se encontraba.

Fueron tres meses de domesticación, pensaba mientras recordaba la lección del zorro, tres meses de acostumbrarse, noventa días creando vínculos. Solo se quiere lo que se conoce le había dicho el zorro al principito, y por eso estaba triste, era claro, ahora tenía que dejarla ir.

- Eres un cobarde que lo único que haces es huir de ti mismo, de buscar aventuras que te permitan mantenerte ocupado y no pensar. Y ahora que te has metido en ese pueblito donde el diablo perdió el poncho y te asalta la rutina y sientes la soledad y te duele enfrentarte a ti mismo es que me llamas. Ahora que ya no estoy para ti, que tengo otro camino, es que me buscas. Eres un egocéntrico, un inmaduro que quieres que te vean la cara sin hacer el mínimo esfuerzo. Un niño consentido que nunca se ha tenido que enfrentar a la vida. Un débil arrogante con mucha habilidad y muy poca voluntad.

No podía evitar ver cómo las piezas del rompecabezas se estrellaban desordenadamente contra el vidrio en forma de granizo. Una catarata de recuerdos, sentimientos, contradicciones. Quería convencerse de que su frivolidad le había jugado una mala pasada, que en lo importante sí había coincidencias. Por otro lado, también pensaba que si hace veinte días se sentía tranquilo de no estar más con ella, por qué ahora cambiaba de opinión.

Hank recordó un sueño en el que aparecía un hombre con una piedra en la mano y el brazo arqueado lanzándola contra un espejo. En el instante inmediato a esta acción reconoce lo que va a ocurrir después. Un nuevo espejo se forma a medida que el que está superpuesto se desprende en pedazos. Como si le sacaran la piel a una cebolla, capa por capa, sin llegar nunca al corazón. Entonces el lanzamiento se repite infinitas veces y entiende que el tiempo es espiral, que en cada instante y en cada vidrio quebrado hay un elemento extraño, algo mínimo que está supeditado al plano de los detalles. En cada una de las repeticiones los trozos de vidrio son diferentes.

Esto le debería dar una pista de por qué el hombre quiere romper el espejo. Pero no encuentra una respuesta.

Una piedra enorme lo hace detener el vehículo y sobrepasarla haciendo equilibrio entre la berma y la hierba húmeda. Quería llegar lo antes posible a ese pueblo donde lo esperaba Marie, su amiga francesa, con la chimenea encendida y un tazón de sopa caliente. Quería abandonarse a sus brazos y explotar un poco. Oír sus palabras y sentir ese calor de hogar que extrañaba desde hacía muchísimo tiempo.

Ya junto al fuego, uno frente al otro, como en un rito inmemorial, dos seres humanos conversan del amor al abrigo de una caverna. Ella pone orden y jerarquía, se entrega como madre y terapeuta. Sobre todo pone pausa y Hank empieza a sentir con alivio cómo se aproxima el fondo del pozo a las plantas de sus pies.

Le empieza a relatar el malestar de los últimos días, con menos angustia que con la que salió de su pueblo hace cuarenta kilómetros, ella después de escucharlo compasivamente interviene.

- El hombre rompe el espejo tal vez porque no soporta la imagen que ve. Y las piezas rotas que toman diferentes formas son una distracción de la mente para mantenerlo alejado de lo esencial. Cuando el ego domina la mente nos hace creer que somos nosotros los que sufrimos, cuando en realidad solo es el ego el que sufre. Hay que aceptarnos como realmente somos y no dejarnos atrapar por él.

Lo que le quería decir es que tenía que tranquilizarse, ser más paciente, no involucrarse con este momento de crisis, solo observarlo, marcar distancias. Había una razón detrás de la decisión de venir a vivir a la sierra. Que si había elegido esto era por algo más profundo de lo que pensaba. Y que esa soledad que sentía, ahora que estaba alejado de su mundo, lo estaba obligando a aferrarse a la última sensación de alivio que había tenido.

- Al no poder contar más con C estás depositando en ella toda tu culpa.

- ¿Entonces crees que por algo actué de esa manera?

- Sí, así es. No te tortures, es un juego de la mente. Confía en tus acciones.

- Pero la extraño.

- ¿Qué cosa?, ¿A ella?

- Su conversación.

- Existen tres letras que definen una relación Hank. E - A - C, E es erotismo, A es amistad y C es compasión. A veces una prima más que la otra, a veces el orden no importa, pero de alguna manera esas tres letras deben conjugarse, si solo sentías A, tal vez es solo A, no le des más vueltas.

- Tal vez es solo A tratando de usurpar las funciones de E y C para llenar el vacío.

Marie se acercó a la boquilla del pukuna y sopló sobre las brasas que envolvieron en un manto rojo los leños entrelazados. Hank mantuvo silencio. Suspiraba con frecuencia como si estuviera expulsando al demonio.

- Eres un alma sensible dentro de un cuerpo de elefante - le había dicho C, - quieres acariciar una mariposa y la terminas lastimando.

Se detuvo un rato a pensar en esas palabras, Después entendió que el hombre frente al espejo no tenía nada que ver con la iracunda mujer que lanzaba juicios a diestra y siniestra desde un poder que detentaba solo porque él se lo había concedido. Era por sus propios temores que se había colocado en el paredón donde C iba a descargar toda su frustración.

En esas palabras carentes de compasión descubrió la verdadera percepción que ella siempre había tenido de él.

Sintió alivio. Estaba claro que no tenía por qué seguir cargando las culpas de una relación circunstancial e incompatible.

Sus hombros se destensaron. Dejó caer sus músculos sobre el respaldo de la silla y pronunció algo más

- Hay otra chica - le confesó.

Marie también se recostó y sosteniendo el pukuna con la mano derecha lo agitó dando pequeños golpes sobre la palma opuesta.

- ¿A sí? ¿Cómo se llama?

- V.

- ¿ Y qué tal están esas tres letras ?

Se detuvo un instante.

- Alineadas. - Le dijo

- ¿Estás seguro? - Insistió ella.

- Eso creo.

Al terminar de decir esto Hank desvío la mirada hasta alcanzar la ventana, y a través de ella observó la oscuridad en la que estaba sumido el valle. Sintió con resignación las palabras de Marie.

- El clima también influye en el ánimo. Hace veinticinco años que no llueve con tanta fuerza, el Vilcanota se desborda, inunda poblaciones, malogra cosechas enteras. Es una época difícil para todos.

Ambos se miraron, apenas esbozaron una sonrisa.

A la mañana siguiente el sol brilló unas horas. Hank, ya más tranquilo se sintió fuera del pozo. Pudo relajarse y poner con más firmeza los pies sobre la tierra.

- Busca a una chica que te acepte como eres, con tus virtudes y tus defectos, con tus contradicciones, pónganse de acuerdo. Y toma una decisión, sin bloqueos, sin miedo.

Él asintió con la cabeza. Se dispuso a terminar de acomodar sus cosas en la maletera del auto que estaba anclado en el pasto como un bloque de hielo.

- Ah una cosa más, - le dijo Marie.

Hank la escuchó

- Haz una ofrenda. Sacrifica algo que tenga valor para ti. Todo requiere de un equilibrio, tienes que dar para recibir, si no estás conforme con lo que estás recibiendo detente a observar qué es lo que estás dando.

Se quedó quieto un momento. Pensó en cómo se desprendería de sus de sus vicios, de sus apegos, de los nudos de su pasado.

Tenía que soltar la piedra.

Ahí, detenido al pie de las retamas y del molle, resplandecía la luz del día frente a una montaña inmensa. V. era el día.

Y decidió ofrendar a C. a la noche y al pozo.


(rusca / andahuaylillas, enero de 2010, antes de la tormenta)