jueves, 20 de febrero de 2020

El Acupunturista y la mujer en el balcón


El Acupunturista electrocutante, sumergido en el cansancio de un día largo y en la soledad de sus agujas, se da con esa idea en la cabeza que la rutina lo está marchitando, genera sensaciones en sus pacientes pero él está desprovisto de ellas. 
Y es en esos giros de sus pequeñas aliadas de acero, esterilizadas, desechables, conectadas a la polaridad de los cables y del generador de voltaje que descubre una pequeña alteración en su práctica.
Se da cuenta, por primera vez, que existe una semejanza rítmica cuando aplica las agujas escuchando los latidos de su corazón. Nota que este descubrimiento es aleatorio, no suele estar atento a su ritmo cardíaco, y empieza a explorar. Su atención se afila como el bisturí de un cirujano esperando el momento de intervenir, quiere entender más sobre esta extraña sincronicidad. 
A veces puede seguir la pista, otras veces se pierde, y en este nuevo mundo de las sutilezas comprende un poquito más sobre la energía que mueve la vida. Y se rinde, abandona el objetivo, y deja que su corazón marque el ritmo de la terapia; las frecuencias, los contrapuntos, el hormigueo, los pinchazos. Y se advierte a sí mismo, en el transcurso de esta exploración, sonriendo como hace tiempo no lo hacía. 
Ella está tendida sobre una hamaca, balanceándose, en cámara lenta, sostenida por la gravedad, acariciada por el viento y el sol de febrero. Piensa en ese bosque que se hunde a sus pies y en lo que pueda estar detrás del número dieciséis. De lejos parece una escena de Wim Wenders “ Raffaela, Cassiel: Alles hat seine zeit, das lieben hat seine zeit und das hassen hat seine zeit”
Tempo, el Acupunturista no sabe como ha llegado a esa palabra pero le gusta, tempo, tiempo, ritmo, sonido, silencio, impulsos electromagnéticos, agujas, hay una canción ahí, o un poema, hay movimiento, hay más para dar todavía y ahora el canal está abierto de una manera insospechada. Ellos lo están sanando, hay una retribución en ese acto dirigido por el corazón, y él sigue sintiendo.
Plano general de la ciudad, Travelling In, la hamaca ya no se mueve, ella mira el cielo con un dedo entre sus labios, algo ha impactado en sus movimientos lentos, una vibración o un temblor inusual la ha precedido y se ha quedando esbozando una idea, es una idea de contacto, de contacto íntimo con sus zonas vulnerables. Ella está allá arriba, protegida y aislada en esa jaula de cristal, Se pregunta si ya llegó el momento? Si debe bajar, encontrarlo, rendirse.
Apaga el motor, corte, el ascensor asciende hasta el piso dieciséis, corte, abre la puerta, corte. 
Hace una pausa antes de dar un paso en el departamento. Todo ha cambiado, al poner las agujas, al entrar a su casa. Esta vez la soledad, la ausencia de una pareja, el largo tiempo solo no lo perturba. Ha llegado con una sensación, con un color nuevo bajo la piel.
Avanza hasta el balcón vacío, se apoya en la baranda y observa la inmensidad del parque, a lo lejos ve el morro y algunas partes del malecón. 
Se da la vuelta y detecta algo extraño tirado en el piso, como el rastro de alguien que ha salido apurado, olvidando tras sus pasos una lona de cabuya, o de algodón, con dos cuerdas en sus extremos.
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ilustración: Vanessa Cabrera

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